Vestigios de nuestros antepasados en el cuerpo humano
El cuerpo humano está lleno de vestigios de sus antepasados mamíferos, evidencia de la existencia de ancestros para quienes dichos órganos eran beneficiosos. Un ejemplo de un órgano que alguna vez fue útil es el apéndice, especie de bolsa ubicada al final del intestino delgado y principio del intestino grueso. Su tamaño varía en los humanos, desde un par de centímetros hasta 30 cm. Hay individuos quienes, inclusive, nacen sin él. Los animales herbívoros, como los koalas, conejos o canguros, todos tienen un apéndice grande.
Lo mismo sucede con los primates si se alimentan de hojas, como los lémures, los monos y los gorilas. El apéndice les permite fermentar el alimento para digerir la celulosa de las plantas. Los primates que se alimentan de pocas hojas, como los orangutanes, tienen apéndices pequeños. Los humanos tenemos un apéndice vestigial, residuo de un órgano muy importante para nuestros ancestros quienes se alimentaban solo de hierbas y hojas.
Otro ejemplo es el coxis, formado por las últimas vértebras de la columna. Éstas están fusionadas y son los restos de la cola de nuestros ancestros, quienes sí la tenían y la perdieron hace 20 millones de años. Como dato curioso, ha habido casos de humanos quienes nacen con una pequeña cola.
De igual manera, el hecho que en ocasiones se nos ponga la piel de gallina es también un vestigio ancestral. Nos sucede con un susto o el frio y es el efecto del movimiento de pequeños músculos en la base del vello. En nosotros ya no cumple ninguna función, pero a otros mamíferos les sirve como aislante térmico cuando tienen frio y para aparentar mayor tamaño cuando son atacados por otro animal. Basta ver las imágenes de los gatos asustados cuando se les eriza el pelambre o de un chimpancé a punto de iniciar una pelea.
Un ejemplo más es el caso de aquellos humanos capaces de mover sus orejas. A nosotros no nos beneficia en nada el hacerlo, pues dependemos más de la vista que del oído, sin embargo, a un caballo o a un gato le es útil para localizar el origen de un sonido. De esa manera puede saber por dónde viene el depredador o dónde está su cría. Los humanos que tienen todavía esta habilidad nos recuerdan a nuestros antepasados para quienes esos movimientos eran útiles.
Un último ejemplo es el lanugo, esa vellosidad desarrollada en los fetos humanos por todo el cuerpo a los 6 meses de gestación, y que desaparece por completo un mes antes del nacimiento. No cumple ninguna función, pues el feto se encuentra a una temperatura muy cómoda dentro de la madre. La única explicación es que el lanugo es uno de los vestigios de nuestro pasado como primates. Es evidencia de nuestra condición de simios, ya que evolucionamos a partir de especies con mucho pelo.
Todos los monos y simios desarrollan la misma vellosidad, nacen con ella y después se convierte en su pelambre. A las ballenas les ocurre lo mismo que a los humanos: los fetos de ballena pierden el lanugo antes de nacer. Es un vestigio de sus antepasados terrestres y peludos.
Podemos concluir entonces que la presencia de vestigios es una evidencia más de la evolución a partir de especies beneficiadas con esos rasgos.
Piel de gallina